miércoles, septiembre 16, 2009

De Gonzalo Rovira El Mostrador

Jecar Neghme: Ser de Izquierda en América Latina.



En la tarde del cuatro de septiembre de 1989 la dictadura, en sus últimos estertores, nos asesinó a uno de los mejores. Jecar Nehgme Cristi hoy tendría 48 años. Esa tarde iba camino a reunirse con esa izquierda por cuya unidad se jugaba la vida, y llevaba en su maletín un texto que para él contenía las claves para enfrentar la nueva etapa que se abriría con la recuperación de la democracia, un proceso del que él mismo había sido un artífice principal.

La izquierda latinoamericana, desde José Carlos Mariátegui (1894-1930), tiene una larga tradición anti dogmática. Y es precisamente esa actitud, de buscar en nuestras raíces el camino hacia una sociedad más justa, algo que caracterizaba a Jecar. Hoy comprendemos mejor el sentido de esa reflexión, y la izquierda la recuerda y valora como precursora de un pragmatismo pleno de sentido común, tradición y valores propios. Es probable que esa mirada menos dogmática, que la de muchos de nuestra izquierda, le haya permitido mirar con más optimismo la caída de los llamados socialismos “reales”, y el proceso en que debimos reconocer, entre otras cosas, el valor social de la empresa, los emprendimientos y el mercado.

Hace unos días, en el marco de la reunión de UNASUR, Ernesto Ottone publicó un artículo reflexionando acerca de las bases para avanzar por un camino que nos permita la real integración latinoamericana, y comparto su preocupación (El Mercurio, 28 de Agosto de 2009). Creo que tiene razón, si queremos unidad latinoamericana debemos apelar a un sano pragmatismo y al desarrollo de una voluntad integracionista. Cabe preguntarse entonces ¿para qué queremos esa unidad?, ¿cuáles son los elementos que le dan contenido?, ya que nuestra integración se lograra con estas respuestas. Pues no puede tener como sustento el apoyo o rechazo a la llamada corriente bolivariana, como tampoco el apoyo o rechazo al gobernante norteamericano de turno.

Sin embargo, al final del día, es el carácter misionero, contrario a los intereses de las transnacionales, y anti norteamericano lo que le da sentido a nuestra unidad, vinculándolo a la protección de nuestra independencia republicana, a la defensa de nuestros recursos naturales y del medio ambiente. Nuestra unidad se constituye a partir de nuestro pasado de regímenes títeres o dictaduras pro norteamericanas, a nuestro presente en medio de una crisis de la que ellos fueron responsables y cuyos costos los pagan nuestros pueblos, a nuestro futuro de integración respetando nuestra particularidades y buscando horizontes de mayor bienestar para los latinoamericanos.

Este mundo está en crisis, y todos tenemos la convicción, también quienes la generaron, que el que saldrá de ésta, será sustancialmente diferente al actual. Tenemos entonces la oportunidad de ser activos gestores del nuevo sistema social que emerja de esta crisis. Si este proceso evoluciona en un sentido democrático, o no, es una cuestión abierta, pero siempre dependerá de la inteligencia y el éxito político de los movimientos anti sistémicos.

Por su parte, es esa izquierda la que nos recuerda constantemente que éste no es “el mejor de los mundos posibles”, y debemos estar conscientes que se nos ha impuesto un sistema cuya naturaleza se apoya en la constante apelación al egoísmo y los instintos más primarios del ser humano. Y creo que la gran mayoría no quiere este modelo de desarrollo.

Efectivamente, podemos recurrir al expediente pragmático de concordar que no es fácil convivir con una súper potencia en el barrio, que siempre deberemos intentarlo, más aún cuando asume su presidencia un hombre progresista. Pero eso no justifica la renuncia a darle sentido a esa unidad aunque, como resumen de una reunión, sólo obtengamos la exigencia a los gobiernos de transparentar sus políticas internacionales. Es de un sano pragmatismo, asumir que en esta breve y profunda crisis del sistema, mientras se devalúan las divisas del imperio, crecen sus reservas de fuerzas militares; y la ciencia y la tecnología más moderna, monopolizada por la superpotencia, han sido derivadas en grado considerable hacia el desarrollo de las armas. El mundo sabe que no está en su tradición permitir que los otros pueblos hagan su voluntad soberana, y Chile es parte de esa historia. Sabemos sus pretensiones, los norteamericanos nos ofrecen y exigen el libre tránsito de capitales y de aquellos bienes que ellos quieren, pero además no permiten el libre tránsito de personas: 12 millones de inmigrantes latinoamericanos son ilegales en Estados Unidos, y cuando lo requieren sus intereses nos devuelven a todos los que les sobran. Para quienes gustan de los empates ideológicos, hace poco se entregó un dato relevante: las víctimas que cada año mueren intentando cruzar la frontera de México y Estados Unidos supera con creces la totalidad de los que perdieron la vida en los casi 28 años de existencia del ya famoso muro de Berlín.

Comprendo que ante los profundos problemas que afronta la sociedad norteamericana, Obama emerge como símbolo de esperanza, pero hasta ahora todo indica que no podrá oponerse frontalmente a los retos sistémicos que, en todo caso, desbordan su capacidad de acción. Parece evidente que América Latina resultó favorecida con el olvido y la poca atención que le prestó Bush durante su mandato, aunque no podemos sentir nostalgia de un criminal como él lo fue. Este factor fue determinante para alcanzar los avances que hemos visto en nuestra integración durante la última década; por cierto, Honduras y las bases norteamericanas en Colombia nos ratifican su fragilidad. Sin embargo, hoy América Latina ejerce un papel político autónomo y éste es un hecho irreversible. Frente a eso, Obama puede comprender la situación y avanzar hacia un mundo de colaboración, y en ningún caso podría rehacer América en el sentido de reinstaurar los antiguos niveles de hegemonía de EE.UU., pues eso ya no volverá.

Otro factor relevante en este camino es el nuevo rol de la sociedad y el que han desempeñado los medios de comunicación. El ajuste económico de esta crisis ha dejado un extendido malestar social, el cual ahora ha tenido un correlato en la reacción ciudadana que muestra nuevas formas de defensa de sus intereses. Esto es expresión de los cambios que han vivido nuestras sociedades en las últimas décadas y la actual falta de representatividad de los partidos. El desarrollo “desde abajo” de nuevas dimensiones de la ciudadanía y los reclamos sociales, tales como las reivindicaciones étnicas, de género, ambientalistas, de usuarios y consumidores, de DD.HH., autonomías regionales, locales, etc., si bien son acallados por el feudalismo de los medios de comunicación, estos terminan siendo permeados por estas nuevas formas de resistencia social. Del poder de los medios de comunicación nos han dado cuenta desde el histórico caso chileno (1969-1973), los conflictos con la prensa de Evo en Bolivia y Correa en Ecuador, hasta el control que se reservan los grandes grupos económicos y de poder en todo el resto de nuestros países.

Por un camino parecido al de Ottone, el mexicano Jorge Castañeda comentaba que el gran golpe a la cátedra en América Latina podría ser la exportación del modelo chileno pero, agrega, ello sólo sería posible si el progresismo gobernante de nuestro país legitimara de alguna forma su cuño de izquierda, le pusiera “ritmo y color” popular a sus consignas. Algo parecido a lo señalado por la derecha chilena, la que se ha vanagloriado de lo que llama “nuestro consenso” respecto a las bondades del modelo económico, enterrando con ello la aspiración de muchos de levantar una alternativa seria a la corriente Bolivariana. Para lograrlo necesitan que la izquierda no exista, que renuncie a pensar, querer y luchar por una Latinoamérica integrada en beneficio de sus pueblos.

En esta visión estamos en presencia de una parte de la izquierda que se moviliza por generar reformas al modelo, que su preocupación es compatibilizar las desigualdades sociales y la gobernabilidad política. Es el progresismo gradualista y pragmático, sin definiciones ideológicas duras, que propone un Estado que realiza un rol de regulación y fiscalización del desenvolvimiento del sistema, de manera de ampliar su competitividad, articulando por un lado las demandas de rentabilidad y los requisitos de inversión del capital, y por otro las aspiraciones de bienestar social, la vigencia de las instituciones democráticas y los DD.HH. Este progresismo busca un capitalismo más regulado, por lo tanto más reglamentado, pero un capitalismo al fin y que mantiene intacta muchas de las recomendaciones macroeconómicas neo-liberales. En un continente en que democracia y reformas eran parte del proyecto de la izquierda, hoy son también un espacio de este progresismo.

A mí me parece de un sano pragmatismo el aceptar que en Bolivia los temas importantes, como el control de los recursos o los derechos culturales en una sociedad multiétnica y multilingüe, forman parte de las raíces de su movimiento popular. Ha sido el triunfo de Evo Morales y su movimiento lo que ha permitido que hoy consideremos al indigenismo como un fenómeno de transformación capaz de vincularse socialmente y tornarse en un proceso multitudinario, y ya no como un fenómeno puramente identitario. No debemos olvidar que gran parte de los pobladores originarios del continente fueron exterminados por los conquistadores blancos. América Latina es hoy un continente de realidades muy diversas, y es necesario aceptar que nuestra integración en el marco de la defensa de nuestro derecho a la autodeterminación pasa porque quienes den cuentas de sus intenciones sean los gestores de esta histórica desconfianza.

Comparto la preocupación de Ottone por la necesaria cuota de liderazgo de las grandes economías latinoamericanas para avanzar en nuestra integración. Pero con sano pragmatismo debemos reconocer que casi toda la región se ha movido tanto a la izquierda que el de Lula es del tipo de gobierno que EE.UU. habría derrocado hace 40 años. Y que además el mundo hoy no es bipolar, y los grandes acuerdos económicos de Brasil con China e India son un factor que no sólo nosotros tomamos en consideración a la hora de transparentar nuestras intenciones, sino también los norteamericanos a la hora de, silenciosamente, redefinir su política hacia el continente.

También comparto el que la exacerbación de los nacionalismos, al igual que los populismos, es un peligro constante; al comienzo todos estos son progresistas, incluso cuando se trata de reivindicaciones contra el poder, no importando qué poder sea. Sin embargo, en el momento en que conquistan el Estado, los nacionalistas se tornan reaccionarios. Pero tal vez lo peor es cuando, alentados por un gobierno norteamericano que vuelve a preocuparse del continente, sólo buscan entorpecer el difícil avance de nuestra integración.

Jecar Neghme esa tarde llevaba en su maletín un libro de Historia de Chile. El buscaba debatir con nuestra izquierda acerca del futuro, pero mirando nuestras raíces. A veinte años de su asesinato debemos reconocer que su reflexión fue un muro infranqueable al dogmatismo en la izquierda. Ser de izquierda en América Latina es reconocer nuestra historia común, la que nos permite avanzar en una cultura de integración que respete nuestras diversas identidades, nuestros objetivos comunes de bienestar, pero también el justo rechazo al actuar prepotente e imperialista de EE.UU.

La Nación

Lunes 14 de Septiembre de 2009.

CONCEPTOS.

Por Gonzalo Rovira/LA MIRADA LARGA



Los hallazgos obtenidos en las ciencias cognitivas han servido para teorías de conceptos que, a diferencia de las propuestas por filósofos, ahora están basadas en evidencia experimental confiable.

Desde que abrimos los ojos en la mañana utilizamos conceptos. Como el trivial concepto cuchara cuando desayunamos, o los más complejos cuando, al escuchar las noticias, decimos que Frei, Zaldívar y Marco Enríquez son lo mismo. En este último caso estamos afirmando esto en un sentido laxo, pues entendemos por Frei o Zaldívar algo distinto a Marco Enríquez. Sin embargo, en cierto contexto político no requeriremos dar explicación alguna y en otros, a su vez, podemos hacer la afirmación contraria y nuevamente no dar explicaciones. Distinta puede ser nuestra reacción frente al concepto Arrate. Es evidente que estos conceptos no nos señalan una sola cosa, no los tenemos asociados a un solo significado.

El psicólogo cognitivista Gregory Murphy, acertadamente, dijo que los conceptos son el pegamento que sostiene nuestro mundo mental. Cuando entramos a una habitación, probamos un nuevo restaurante, vamos al supermercado, visitamos al médico o debemos elegir entre distintos candidatos, debemos apoyarnos en nuestros conceptos del mundo para que nos ayuden a comprender lo que está sucediendo.

Hoy existe acuerdo respecto a que la adquisición y uso del lenguaje, la categorización, los distintos tipos de inferencia y de aprendizaje son fenómenos cognitivos cuya explicación requiere apelar a los conceptos. Sin embargo, las divergencias se producen respecto de ¿qué son realmente los conceptos?

Abordar este tema me parece importante para resolver problemas actuales de las ciencias sociales, más aun cuando teóricos nuestros trabajan en ello. En el último medio siglo la carrera para lograr la mejor teoría de conceptos ha tenido diversos ritmos, pero es indiscutible que se aceleró con la aparición de Conceptos de Jerry Fodor (editorial Gedisa, 1999), y hemos sido testigos de la presentación de múltiples alternativas de solución a los problemas que dejo planteados.

A esto debemos agregar que, en las últimas décadas, los hallazgos experimentales que se han obtenido en las ciencias cognitivas han servido de base para teorías de conceptos que, a diferencia de aquellas propuestas por los filósofos, ahora están basadas en evidencia experimental confiable. Hoy es claro que la formulación de teorías de conceptos no es sólo tarea de filósofos. No obstante lo anterior, la diversidad de teorías que están en competencia, articuladas sobre bases experimentales, y que son objeto de debate entre investigadores y teóricos, indican que la confiabilidad de la evidencia no es suficiente para garantizar cuál es la teoría de conceptos que está más cercana a ser verdadera. En este contexto es que el Profesor Guido Vallejos enfrenta el problema y nos entrega un camino de solución a la pregunta de ¿Cuáles son las condiciones que debe reunir la mejor teoría conceptos? (Conceptos y Ciencia Cognitiva, Bravo y Allende, 2008).

Lo primero que determina Vallejos es el rol que le cabe a la filosofía, ya no para formular de manera a priori y abstracta teorías de conceptos, como hicieron tradicionalmente los filósofos, sino para agregar antecedentes críticos que permitan decidir: cuál de las teorías de conceptos que son objeto de debate podría ser considerada la mejor o la más adecuada, y con más posibilidades de ser verdadera. Se trata de un texto de indudable valor y audacia teórica, el que además nos permite profundizar en el camino de Fodor.

En su libro, Fodor argumentó que una teoría correcta de los conceptos tendría que ser atomista; y, por tanto tener un concepto no es saber su definición, ni conocer su prototipo, sino estar anclado a la propiedad que el concepto expresa. Este atomismo tiene profundas implicancias en cómo los conceptos son individuados, cómo son adquiridos, y qué tipo de propiedades son aquéllas que expresan.

Donde todos los conceptos expresados por una palabra, como el de soltero, son simples y sólo los expresados por una frase, como el concepto hombre no casado, son complejos. soltero sería simple porque no tendría como constituyente al concepto no casado, ni al de hombre, ni a ningún otro concepto. Es decir, para tener el concepto soltero no se requiere saber que para estar soltero es necesario no estar casado. El atomismo conceptual sostiene que para tener un concepto no es necesario tener además otro determinado concepto.

Para comprender esta teoría debemos asumir que un concepto, junto a su contenido, tiene un modo de presentación, y aquellos con idéntico contenido tienen que ser sinónimos, o correferenciales. Los modos de presentación son objetos mentales, y corresponden a las características físico-sintácticas de los conceptos, ello permite la implementación computacional de los procesos mentales, y se distinguen funcionalmente: por ejemplo, los conceptos agua y h2o, que son correferenciales, se distinguen de acuerdo con los procesos mentales que los causan.

Entonces, adquirir un concepto es quedar anclado a la propiedad que el concepto expresa. Por ejemplo, adquirimos el concepto cuchara cuando las cucharas nos causan en la mente muestras de cuchara; y es una ley natural que las cucharas, a partir de la n-experiencia con estas, nos causan muestras del concepto cuchara.

Es a partir de experiencias con cucharas que quedamos anclados a la propiedad cuchara, y entonces adquirimos el concepto cuchara. Y no porque a partir de estas experiencias adquiramos algún tipo de conocimiento acerca de su propiedad. Por eso el atomismo conceptual es una teoría no-cognitivista.

Este argumento es generalizado a los demás conceptos, lo que puede resultar más intuitivo en aquellos referidos a sensaciones, como el caso de rojo o de dolor. Fodor afirma que el concepto rojo lo adquirimos debido a que, dada las características fenomenológicas familiares de ser rojo y la naturaleza de nuestras mentes, es una ley que las presencias de rojo nos causan muestras del concepto rojo. En consecuencia, para el atomismo conceptual que tanto el concepto cuchara como el concepto rojo sean atómicos no implica que además tengan que ser innatos. Lo único que tiene que ser innato es el mecanismo mental requerido para que las cucharas y las presencias de rojo nos causen, respectivamente, muestras del concepto cuchara y del concepto rojo.

Si ser una cuchara es simplemente ser la clase de cosa que causa muestras del concepto cuchara en nuestra mente, entonces la propiedad cuchara es una propiedad-apariencia, atómica y mente-dependiente. Ser rojo además es una propiedad de sensación, y ser una cuchara no, pero ambas serían propiedades-apariencia porque afectan a nuestras mentes por medio de sus signos superficiales.

Las clases naturales, como el agua, conformarían otro tipo de propiedades. Ellas no serían propiedades-apariencia ni mente-dependientes. Ahora bien, para poder relacionar este tipo de teorías con aquellas que nos remiten a la interacción social, es útil la distinción que hace Fodor entre clases naturales pre-teóricas y clases naturales en cuanto tales (o teóricas). Para tener conceptos de clases naturales en cuanto tales es necesario hacer ciencia. Con anterioridad al desarrollo de la ciencia moderna, las personas no tenían conceptos de clases naturales en cuanto tales, sino sólo de clases naturales pre-teóricas.

Si tener un concepto en nuestra mente es estar anclado a una propiedad, entonces, a diferencia nuestra, Homero estaba anclado a la propiedad agua por medio de las características fenomenológicas familiares del agua y, en cambio, hoy nosotros estamos anclados a la propiedad agua por medio de una teoría que especifica la esencia real del agua. Por tanto, aquí también tenemos una demostración de cómo la distinción, entre conceptos de clases naturales pre-teóricas y de clases naturales en cuanto tales, es una distinción acerca de cómo un concepto está anclado a una propiedad, y no acerca del tipo de propiedad al que el concepto está anclado.

Tal como esta última precisión de la teoría de Fodor nos acerca al inicial problema de que son los conceptos de Frei, Zaldívar, Marco Enríquez o Arrate, también nos permite dimensionar lo significativas que pueden resultar estas teorías para el desarrollo de otras ciencias, desde la sociología a la Inteligencia Artificial. Pero es evidente que para avanzar debemos poder distinguir el valor de cada nueva teoría.

En las últimas décadas, lo más frecuente es la utilización de criterios pragmáticos en la evaluación de teorías. Es el caso de las explicaciones neurobiológicas, donde nos hemos acostumbrado a escuchar o leer que tal o cual desorden neuroquímico está asociado a tal o cual patología psicológica; y es común ver cómo esa asociación se toma muchas veces como una relación causal estricta. Sin embargo, es muy frecuente que ello no sea así, y que esas deficiencias neuroquímicas no puedan dar cuenta en forma completa de las propiedades constitutivas de los estados mentales involucrados en esas patologías. Cuando enfrentamos estos problemas, no solamente respecto a explicaciones neurobiológicas sino también a explicaciones de lo mental expresadas en términos sociales, culturales o computacionales, asumimos que hay propiedades de esos fenómenos que esas explicaciones o teorías no capturan y por tanto no han de ser las mejores. Esto es lo que también ocurre con las teorías de conceptos, y lo que da mayor realce a la robusta propuesta que nos entrega Guido Vallejos para poder determinar cómo debe ser la mejor.

La Olla

  La Olla. La familia Barrera estaba sentada a la mesa; era la hora de almuerzo y esta vez a diferencia de los días anteriores la sopa tenía...