sábado, noviembre 10, 2018

Traumatología, sala siete



A las cinco de la mañana nos despierta las dos personas que están de turno, ellos se preocupan de estar atentos a todo lo que nos sucede, además de cambiarnos las sabanas y entregarnos limpios al turno que sigue, luego llegan las personas que hacen aseo, le sigue el desayuno como a las ocho y a las diez llegan los médicos con un sequito de estudiantes de medicina que siempre están mirando le techo de la sala , a los enfermos con una mirada indiferente o atentos a sus celulares mientras el doctor les explica que padece cada enfermo es una rutina diaria no siento que sea de aprendizaje, luego viene el encargado de suministrar los medicamentos e inyecciones, le siguen gente que viene a rezar por los enfermos, el vendedor de diarios y una que otra visita que entra a visitar a uno de nosotros, las otras personas que llegan a la sala siete son aquellas que se llevan a algún enfermo ya sea a operación o a algún examen. Nosotros a ratos nos quedamos dormidos, nos despiertan las estudiantes de enfermeras de la Universidad Católica, ellas nos hacen una serie de preguntas y algunas les toca la difícil tarea de cambiar la aguja por donde se nos suministran los medicamentos. Luego llega el almuerzo sin sal para mí, las sopas saben horribles pero los almuerzos en general son muy ricos.
Hoy por la tarde entró una joven haciendo un cuestionario era para saber como nosotros los pacientes vemos nuestra atención, todo parece tener un casi siete cuando la nota es de cero a siete. Cuando llegamos a la pregunta de cómo encontrábamos el baño, mi mirada se fue hacia la ventana cómo buscando un escape, no sabía si mentir o decir la verdad. Al frente mío un hombre de setenta y tres años que estaba de alta y ante la pregunta de si había hecho sus deposiciones dijo que no, entonces no se podía ir hasta que lo hiciera, le pusieron algo para que fuera al baño. Esa misma pregunta se me había formulado a mí y sin titubear dije que sí, aunque estaba mintiendo, también estaba de alta y quería irme lo más pronto posible.
A eso de las once de la mañana tomé mis bastones y me dirigí lentamente al baño, pregunté a una de las personas que estaban cerca, si había alza baño, se me dijo que la primera puerta tenía alza baño, abrí la puerta y allí estaba el alza baño adosado a la taza, de su lado dos manillas pegadas a la taza para afirmarse y bajar con lentitud, cuando estuve sentado mis piernas estaban juntas, los fierros para afirmarse aprisionaban mis caderas y todo lo mío quedaba fuera de la taza, es decir si hacia algo la orina iba a salir hacia arriba, mis cachetes apretados ¡dios! sentí que allí sencillamente iba a quedar la caga. Desistí y me levanté salí de ese baño absurdo, estrecho con las paredes con oxido, los lavamanos llenos de agua y con una ducha que colgaba sobre una silla quebrada. El baño era horrible.
Reclamar que lo reparen parece una inutilidad, en este país siempre los presupuestos para estos caso son desbordantes; mi compañero de cuarto que es maestro dice que arreglar el baño y dejarlo tiqui-taca saldría como cuatro millones de pesos, más que seguro que las empresas superarían los treinta millones de pesos, siempre nuestra raza anda viendo como robar.
La señorita me miró y repitió la pregunta ¿Qué nota le pondría los baños? Un cero le dije alzando la voz, liberándome y sintiendo que en algo aportaba a un baño digno.

La Olla

  La Olla. La familia Barrera estaba sentada a la mesa; era la hora de almuerzo y esta vez a diferencia de los días anteriores la sopa tenía...