En
la población Maipo, ninguna de sus calles era pavimentada, de esta forma, el
polvo se colaba a las casas por puertas y ventanas, que en pleno verano estaban
abiertas de par en par. Nosotros, jugábamos en estas empolvadas calles a numerosos juegos casi todos de
esfuerzo físico como el pillarse,la bola de trapo, caballito por once, a las escondidas, pero el preferido era jugar a las bolitas, y
de eso nos ocupábamos la mayor parte del día, las habían de cerámica, acero y
de cristal, estas últimas, eran las más preciadas sobre todo las llamadas ojos de
gatos.
Un día estábamos todos los del pasaje jugando: el machuca, los Marín, el
juanucho, el lolo, el marcio un pelusón
del pasaje tres, el nano, el lucho cueca y otros que se borran en mi memoria; todos hicieron una rueda al escuchar el reto del paloma, que tenía la misma
cantidad de bolitas que las nuestras, dos tarros de leche nido llenos de bolitas
de cerámica y una cuantas bolitas de cristal, las que habíamos ganado durante la
tarde, y nos tenía más que contentos; ahora todas eran apostadas en este juego que consistía en la cantidad de bolitas que caían en un pequeño agujero, echo en la tierra, apostando a par o impar.
Nosotros, mi padre y yo apostamos a par, cuando mi padre con ambas manos juntas
y llenas de bolitas se disponía tirarlas, todos guardaron un silencio, que sólo
se veía interrumpido por los ladridos de los perros, y por la radio encendida en
la casa de la Brenda que escuchaba a un Budy Richard. El lucho cueca se sobaba las manos nervioso, cuando las bolitas cayeron al suelo levantando un polvo café que borro mi vista, me hizo levantarme, meterme las manos a los bolsillos y con la cabeza gacha nos fuimos a casa derrotados