Con delicadeza puso su mano sobre la tierra, y escarbo, haciendo un orificio pequeño, depositó la semilla, apretó la tierra junto a ella, para luego dejarle caer un chorro de agua.
Los días se sucedieron con rapidez, la planta era regada por las mañanas y por las tardes; esta crecía rápidamente ante el asombro de Carolina, una esforzada mujer que había enviudado hace pocos años: a finales de la primavera ya la planta había dado sus primeras flores amarillas, a partir de allí la ansiedad por ver los frutos hizo quizás mas larga la espera. A comienzos de enero ya podían hasta olerse los tomates rojos que sobresalían de forma exuberantes del jardín. Ella arrancó cuidadosamente el primero de seis y lo llevó a la mesa, donde sus dos hijos lo observaban sorprendidos. Cada uno sazonó a su manera la ahora ensalada de tomate y, se la comieron lentamente, saboreando cada trozo, mientras sonreían y platicaban de la nueva plantita que la madre con gran entusiasmo les mostraba. En el futuro tendrían zapallitos italianos en un período en dónde las verduras ya no estaban al alcance de cualquier bolsillo