Todos en el barrio sabían de la mala fama de Susana la madre del chicharro así que a nadie le extraño cuando se fue de la casa y tampoco que no volviera las malas lenguas decían que se fue para el norte con un hombre mas joven que ella. .
Era el gobierno de Eduardo Freí Montalva, un humanista
que logró el triunfo de la presidencia con el apoyo de la derecha que dejaba
atrás a su candidato impidiendo de esta manera un posible triunfo de Salvador
Allende. En este gobierno se dio inicio a la Reforma Agraria y a la
estatización del cobre y afínales de su gobierno debió enfrentar el Tacnazo, un
fallido intento de golpe de estado.
A eso de las seis
de la tarde y como todos los días mi padre llegaba al pasaje, con su pequeño
bolso de mano y su andar de pasos alargados, siempre sonriente y buscándonos
con su mirada se aprestaba recibirnos mis dos hermanos y yo estábamos atentos en la
calle, él nos llenaba de besos y abrazos, fue en uno de esos días cuando vi que
un niño nos observaba de forma extraña, ese era el Chicharro; un chico unos meses menor que yo, lo
apodaban así porque era medio negro, de
ojos saltones y muy hablador. Eran tiempos de bonanza para la clase media y en
casa se podía comer bistec con ensalada de tomates todos los días, si así se
quería, el alto precio del cobre hacía de Chile una nación prospera, la clase
media disfrutaba de ese buen momento. Nosotros los niños teníamos tiempo para
jugar y la calle era nuestro gran patio.
En la población, los
pasajes eran tierra y piedras, de esta forma, el polvo se colaba a las casas
por puertas y ventanas, que en pleno verano estaban abiertas de par en par.
Nosotros, jugábamos en estas empolvadas calles a numerosos juegos, casi todos
de esfuerzo físico como: el pillarse, las escondidas, la pinta y otros pero, el
preferido era jugar a las canicas, y de eso nos ocupábamos la mayor parte del
día, las habían de cerámica, acero y de cristal, estas últimas, eran las más
preciadas sobre todo las llamadas ojos de gatos. En una calurosa tarde, estábamos
todos los del pasaje jugando: el machuca, los Marín, el Juanucho, el lolo, el chicharro, el nano, el lucho
cueca y otros que se borran en mi memoria; todos hicieron una rueda al escuchar
el reto del paloma, que tenía la misma cantidad de canicas que las nuestras,
dos tarros de leche nido llenos de canicas de ágata las más valiosas; nuestras
canicas las habíamos juntado durante toda la semana y eso nos tenía más que
contentos; ahora todas eran apostadas en este juego, que consistía en la
cantidad de bolitas que caían en un pequeño agujero echo en la tierra,
apostando a par o impar. Nosotros, nos jugamos por el par; cuando mi padre con ambas manos juntas llenas
de canicas se disponía tirarlas, un silencio abismante se produjo que sólo se
vio interrumpido por los ladridos de los perros, y por la radio encendida en la
casa de la Brenda la menor de cinco hermanos que llevaba la solidaridad en la
sangre, recuerdo que cuando era muy pequeña, ella siempre elegía jugar de
enfermera y así niña como era estaba en todas y en todos lados; el lucho cueca
sudaba, y su sudor nos envolvía a todos, cuando las bolitas se deslizaron por
el suelo apreté fuertemente los ojos y
cruce los dedos, una bolita de las que
mi padre tenía en sus manos cayó en ese ahora maldito agujero, borrando con
ello ese que iba a ser nuestro día de buena suerte.
Se podía destacar la gran unión que existía entre vecinos
que se juntaban para organizar las fiestas de navidad y año nuevo, en ambas
fiestas el pasaje se cerraba y era adornado con guirnaldas, globos,
serpentinas, luces de colores y un gran
escenario que era construido con mesas
del colegio y sus paredes de palos forrados en cartón. Los artistas eran por lo
general los padres que subían al escenario solo para hacernos reír; para
navidad una gran mesa en el centro del
pasaje llena de globos que se iban reventando con la algarabía nuestra, había queque preparado por las mamá. La señora
Rosa y la señora Juana se esmeraban pelando papas para luego freírlas en un
fuego a leña en una olla grande y negra, además habían bebidas y muchos dulces,
todo era cooperación que la encargada del evento recogía casa por casa, el
viejo pascuero era el vecino más guatón y allí encajaba perfectamente Don
Manuel, ciento cuarenta kilos lo hacían merecedor de tan digno rol, los más
pequeños pensaban que era el verdadero viejo pascuero y su entrada triunfal al
pasaje daba cuenta del largo camino que venía haciendo, el calor del día hacía
de las suyas en el viejo que sudaba
hasta mojar la barba y que provocaba el peligro de cortar el elástico que la sujetaba, pero una
vez en el escenario lo secaban y lo arreglaban antes de sentarlo en la silla en
donde entregaba los regalos, primero
eran fotos con los niños, en donde no
faltaba el más pequeño que se asustaba, no paraba de llorar en los brazos del
viejo pascuero y luego, a entregar los juguetes, los regalos eran pelotas de
fútbol, muñecas para las niñas, una que otra bicicleta, ropa y el infaltable
juguete de moda; nosotros disfrutábamos a concho esta fiesta, sobre todo cuando
el chicharro se sentaba en las faldas del pascuero y comenzaba a tirarle los
pelos y lo llamaba Don Manuel.
Los más grandes se
divertían bailando después de entregado los regalos, de esta manera la música
se detenía a eso de las cinco de la mañana en donde la Brenda decía: ya! Se
acabó el wueveo y todos pa, la casa. Al otro día reinaba un silencio
sorprendente, interrumpido por la tarde por nosotros, que salíamos a mostrar
los juguetes que el viejo pascuero nos había entregado, jugábamos y peleábamos
hasta que el cansancio nos rendía e íbamos a dormir.
Para el año nuevo la cosa era diferente no había mesa en
el centro del pasaje, todos cenábamos en
familia, para después de las doce era costumbre salir a dar los abrazos a todos
los vecinos, íbamos casa por casa. Sin olvidar el giro de la virutilla
encendida y los petardos que le daban la bienvenida al año que llegaba, a eso
de las dos de la mañana más o menos la música asomaba por una de las ventana
del algún vecino que ponía dos grandes parlantes comenzaba la fiesta, aparecían las bancas y
las sillas en las afueras de las casas,
las cumbias movían los pies hasta de los más viejos, el Lucho cueca se
destaca por su gran altura y por lo medio tonto que era, pero ahí estaba
haciéndonos reír a todos, el más cumbiero de nosotros era el Chicharro que
bailaba derecho como un roble y a poto parao; mi madre desde la ventana abierta
miraba el espectáculo y lo disfrutaba mientras mi padre se empinaba una copa de
vino y en los entremeses de la música recitaba
"Oye negra...¿te puedo hablar? ya los chicos se han dormido, deja
el tejido que después te equivocas. Hoy te quiero preguntar...", él era
admirador de los poemas de Héctor Gagliardi y lo recitaba con estilo sacando
aplausos y una que otra lagrimas entre sus auditores.
Los únicos vecinos que no participaban eran los de la primera
casa de esquina, eran los creídos del pasaje aunque a don Rolando el dueño de
casa se moría de ganas por echar una bailadita con la señora María, una vieja
chica y coqueta. A eso de las cuatro de
la mañana Budy Richar, el pollo fuentes, los Galos y otros románticos se
apoderaban de los corazones de todos los vecinos que entonaban sus canciones, luego
los borrachos se tomaban la calle era el
momento para parar la música y dormir. El primero de enero el fútbol se tomaba
las calles, jugábamos hasta que algún vecino nos increpaba por los innumerables
pelotazos a su casa, sin contar que más
de alguna ventana rota provocaba la
estampida de todos los jugadores del campo de juego. Luego la entretención era
el caballito bronce donde nos apoyábamos entre sí como haciendo mesas y los
otros se subían a nuestras espaldas, se contaba hasta once si se aguantaba el
peso se ganaba, algunas veces termina en
golpes que sencillamente al otro día pasaban a olvido.
El verano era de juegos todas noches y por el día escapábamos en bicicleta hacia los
cerros y nos bañábamos en un rio de aguas muy heladas.
En marzo la vuelta al colegio, los meses se sucedieron
rápidos y el 3 de noviembre de 1970 con un poco más de un 36 por ciento asumía
Don Salvador Allende Gossens como Presidente de la República, los comunistas
nos iban a comer nos decían los más grandes.
Esa misma noche y mientras el padre de Chicharro
escuchaba las noticias por la radio de la
asunción del nuevo presidente, este llegaba a la casa, su padre preguntó: ¿son estas horas de llegar? ¿Hiciste
las tareas? Seguramente que no y casi de
inmediato se percató que venía pasado a cigarro, fue entonces que le dejo caer
una cachetada- no te dije que no fumaras!
Yo hago lo que quiero, respondió el Chicharro y su padre lo comenzó a
golpear de puños y pies – respóndeme de nuevo mierda y te mato a golpes, nunca
más me levantes la voz y nunca más llegues pasado a cigarro y ándate a tu
cuarto chiquillo conchetumadre- vociferó el padre. El Chicharro atragantado con
el llanto se fue a su cuarto, lleno
impotencia y rabia se quedó dormido tarde, por la mañana fue peor, su cuerpo
estaba todo moreteado y adolorido, hizo la cimarra y se fue donde la Brenda
para que le curara sus heridas, allí se quedó toda la mañana.
Con la llegada de Allende llegaron las marchas que con el correr del tiempo se acrecentaron,
en el colegio los alumnos comenzamos a tener por primera vez y notoriamente
diferencias políticas; las marchas en las calles incrementaron la violencia.
Nosotros seguíamos
jugando en la calle, pero ya no era lo mismo, las diferencias políticas
comenzaron a acrecentarse, mi padre se inscribió en el partido comunista pero
siempre fue un militante pasivo.
El Chicharro seguía entregado al fútbol y jugaba en un
club el Tocornal Grez, además tenía otra
entretención que era el pool, juego que se practicaba en un local en la esquina
de su pasaje, seguía siendo el inquieto de siempre pero se puso más exaltado y
casi siempre estaba enfrascado en alguna pelea de donde no siempre salía
ganador.
La violencia en las calles de nuestro país se acrecentó;
las largas filas para obtener todo tipo de alimentos y las divisiones entre los
chilenos obligó a que en 1973 llegara el golpe de estado, mi padre muy asustado
enterraba en el patio literatura comunista
y su carnet de militante del partido.
La dictadura se
tomaba Chile, las fuerza armadas estaban en la calle, la represión era brutal,
aparecieron los campos de concentración y los muertos eran pan de cada día,
nosotros crecíamos en medio de la violencia que la dictadura nos daba.
En el año de 1977
durante la noche el Chicharro hacía de las suyas y nuevamente peleaba, pero
esta vez eran dos hombres mayores que él. La pelea se realizó a una cuadra de
su casa en donde se estaba construyendo la población San Lázaro, el terreno estaba
lleno de profundos hoyos y en uno de
ellos terminó el Chicharro, lo encontraron al otro día unos
trabajadores, estaba con contusiones y
un brazo quebrado a causa de la caída; fue a parar al hospital, cuando salió, era parte de un odio que lo
dominaba, desde ese momento juro que
nunca más nadie le pondría una mano encima, fue así como se hizo el matón de la
población.
La Dictadura nos alejó de todo, se acabaron las navidades
y los años nuevos con los vecinos, lentamente nos fuimos dividiendo, el miedo
se hacía parte de nuestras vidas, en el pasaje nosotros por las noches salíamos
a protestar contra los milicos, una vez agarraron al Chely un hermano menor de
la Brenda al otro día llegó a la casa todo machucado y sin ninguna gana de
seguir adelante en nuestras protestas; la injusticias eran muchas y ya no se
podía confiar en nadie, habían soplones por todos lados.
Tres de los niños que nos juntábamos en la población
cuando eran jóvenes participaron de la
CNI, organismos represor de la dictadura, el más salvaje fue al que le decíamos
el cañaño, al pasar de los años lo dieron de baja y en democracia término
trabajando de guardia de una zapatería.
Mi padre se quedó sin trabajo y, mi madre para mantener a
la familia tuvo que dedicarse todo el tiempo a costurar, pasaos mese muy duros,
hubo días en que nuestras comidas eran un pedazo de pan y una taza de té; mi
padre no encontró otra opción que dejar el país, aprovechando sus contactos nos
fuimos a la embajada de Australia, que necesitaba mano de obra donde mi padre
caía perfectamente, los tramites se hicieron con lentitud, y de un día para
otro estábamos tomando el avión rumbo a Australia.
La vida no es
fácil en el extranjero, el idioma y la nostalgia juegan encontra de una
adaptación, nunca se deja de ser extranjero pierdes identidad, te llaman por tu
nacionalidad, tal vez lo más doloroso es rehacer tu vida, aquí no tienes
pasado, no hay amigos o parientes a quien llamar; debes aceptar que es como
nacer de nuevo. Vivimos largos años en el país de los canguros; pero siempre
Chile estaba en nuestros corazones. Volvimos cuando la democracia ya estaba
instalada, éramos un país próspero económicamente, llegamos a vivir a la misma población que nos vio crecer. Mi
madre tenía unas ganas locas de ir a la feria , echaba de menos frutas y
verduras con ese aroma característico de lo nuestro, el domingo, fuimos a la que se coloca en la calle Arturo Prat y, para
matar la nostalgia decidimos recorrerla entera, en las cuadras finales se
atochaba la gente por diferentes vías, aquí puedes encontrar ropa usada y
nueva, libros, juguetes, todo para el baño y para el hogar, lentes, repuestos
de automóviles nuevos y usados, zapatos, remedios, muebles, venta de cd piratas,
diarios y revistas, carnes y pescados frescos, etc. ,
También existen espacios para la venta de completos,
choripanes, anticuchos, papas fritas, sándwich, jugos, helados, mariscos crudos
y cocidos y lugares en donde usted puede disfrutar de almuerzos y demases.
No hay nada que envidiarles a los grandes centros
comerciales, el sol arrecia fuerte y tiene un horario continuado hasta las
cuatro de la tarde. Además puedes llevar un trozo de sandía, que ya comienza a
aparecer como adelantando el verano. Todos los locales son atendidos por sus
propios dueños y en algunos la
amabilidad sorprende a los caseritas. La caminata es larga; aquí se puede
regatear precios y llegar a casa con
todo lo indispensable para su hogar, hasta con la última novedad. Nosotros,
finalmente, almorzamos una entrada de alcachofa, arroz con bistec de pulpa y de
postre un trozo de sandía todo comprado en la feria libre.
II
Era el 6 de octubre del 2001, un día asoleado, en las
calles uno que otro vecino barriendo en las afueras de su casa. La casa del
chicharro tenía la puerta de entrada abierta y se podía ver un sofá viejo, la
televisión encendida y en la familia en pleno almorzaba en silencio cuando sonó el teléfono, la mujer del chicharro
atendió y con rostro compungido colgó. Se sentó y con voz temblorosa le
comunicó al chicharro que el padre de este había fallecido. El chicharro siguió
comiendo como si nada y pidió la ensalada a su hijo mayor. La mujer del
chicharro alzó la voz: ¿no vas a decir nada? ¿Irás a verlo? El chicharro miró
con los ojos hinchados de ira – no iré a ningún y no te metas y ahora come y
cállate.
La familia siguió el rito en absoluto silencio y cuando
la mujer recogía la mesa insistió- deberías ir increpó al chicharro
fuertemente, fue entonces que el chicharro furioso tomó a la mujer por el
cuello y se lo apretó con fuerza desmedida - te dije que no te metieras. El
hijo mayor se abalanzó sobre su padre y este le dio un fuerte empujón mientras
el cuerpo de su mujer caía al piso ya sin vida.
Todos sabían de la fuerza bruta del chicharro y todos le
temían, la policía acordonó el pasaje y la prensa se agolpó en las calles. Del
chicharro no había rastro, aún se sentía el llanto de los niños que ahora
estaban en casa de una vecina. La televisión cubría la noticia en directo, la Brenda
fue la primera que habló para el noticiario, le siguieron un sinnúmero de
vecinos que sólo hablaban de la brutalidad del chicharro, hasta el Lucho cueca
daba entrevista declarando que el chicharro no era la primera vez que mataba.
El funeral de la señora del chicharro fue multitudinario
fueron todos los vecinos de la población, tres buses y una larga fila de
automóviles fueron a despedir a la Señora Carmen Muñoz.
Los posteriores días se sucedieron lentos, los vecinos expectantes comentaban innumerables historias de los echos.
Al mes y, cuando la noticia ya comenzaba a ser parte de
la mala memoria encontraron al chicharro en el norte del país, estaba escondido
en casa de unos parientes.
Mario Gonzáles alias el chicharro fue condenado a 18 años
de cárcel sin ningún derecho carcelario hasta cumplida más de la mitad de la
condena, la única visita que recibía era la de su fiel amiga La Brenda.