Se me advirtió que no podía salir, se me amenazó con el viejo del saco y me dijeron mis padres que andaba por ahí llevándose a los niños. Lo que no sabían ellos, es que el hombre del saco dormía muy cerca de casa, en una casucha de cartón que se construyó y que tiene dos perros uno más grande que otro, mansos como él y nos cuenta historias mientras se come el pan con mantequilla que le llevamos.
De igual forma me siento en la ventana que da a la calle, mis piernas quedan a pocos centímetros del suelo, mientras ojeo una revista del pato Donald en una mañana agradable de primavera.
Salir a la calle a jugar con los otros niños siempre estaba lleno de un sin número de advertencias de la mamá ¡tenga cuidado con la pelota, no le vayan a quebrar un vidrio al vecino! ¡Jueguen abajo en el pasto donde no hay casa! ¡Ponga ojo a los monstruos que pueden salir del tranque y que se lleva niños! ¡Cuidado con los caballos ¡ bla, bla, bla. Pero, nosotros no le temíamos a nada; éramos intrépidos y el mundo era nuestro, La única amenaza que veíamos, la construcción que más abajo se hacía de casas, lo que amenazaba claramente nuestro gran patio que finalizaba en el tranque al cual íbamos a pescar unos pececillos que llevábamos en bolsas para la casa en donde siempre morían porque no sabíamos cómo cuidarlos.
¿Ahora, puedo ir a jugar mamá?
Sí, vaya no mas pero cuídese y mi mamá se sentaba a costurar, la máquina estaba tan cerca de la ventana y desde allí me vigilaba aunque la máquina de coser la obligaba a estar de cabeza gacha observando que el hilo no se enredara, .jugábamos hasta que el sudor nos obligaba ir a casa por un vaso de agua helada y allí mi mamá aprovechaba de mandarme a bañar..
En mi cuarto solo habían revistas, las leía todas y cuando me daba por ser artista dibujaba en la pared de yeso de mi cuarto al Pato Donald, allí estaban retratados el Tío rico y sus sobrinos, flash Gordon, Superman y otros héroes. A mi madre le gustaban mis dibujos. Mientras leía siempre estaba comiendo fruta, hasta el día de hoy adoro leer y comer frutas.
Mi mejor amigo era el pelao que en verdad se llamaba Gustavo, pero le decíamos el pelao porque tenía un pequeño lado en su cabeza donde no le salía pelo, con su peinado cubría este hecho, tenía más fantasías que todos nosotros, siempre andaba con una espada que colgaba de su cintura, decía que era para defenderse de los malhechores, era un hablador innato y nos llevábamos súper porque siempre me traía alguna fruta, ya que también era un gran comilón que lo mantenía en un sobrepeso notorio pero, que en esos tiempos a nadie le importaba. Disfrutábamos mucho ir a tirar piedrecillas al tranque. Mis otros amigos eran el Jaime, el Andrés y el Cristían y siempre estábamos jugando a la pelota o excursionando por el potrero que se estaba acabando por lo de la construcción. Recuerdo que en verano, corríamos toda la mañana atrás de las mariposas y además de pescar en el tranque cazábamos ranas que para mí resultaban asquerosas. Otra cosa que nos gustaba hacer era elevar volantines y siempre el Cristían tenía el mejor hilo curado porque se lo preparaba su papá.
Cuando terminaron la población nueva llegó mucha gente y ya no pudimos ir mas al tranque porque le echaron tierra y estaban preparando el terreno para hacer más casas. Esa etapa fue muy triste era como si nos hubieran quitado el paraíso. El cemento comenzaba a apoderarse de nuestras vidas y ese era el único monstruo al cual le temíamos.
Pusieron iluminación nueva en el pasaje, de noche, parecía que era de día y eso nos favoreció porque podíamos jugar a las bolitas hasta tarde, no así a las escondidas, cosa que hacíamos con las hermanas de mis amigos donde todos teníamos un amor. A mí me gustaba la hermana del Jaime era una muchacha blanca, de cabello largo muy negro, de ojos grandes. No muy flaca y sonriente lo que le daba cierto tono de coqueta.. A ella le escribía poesías que nunca le pase; le gustaba conversar conmigo. Un día estuvimos a punto de darnos un beso justo llegó su hermano y nunca más se presentó de nuevo esa oportunidad. Al papá lo cambiaron de trabajo y finalmente se fueron de la población, de esta forma nosotros perdíamos al mejor arquero que habíamos tenido y para mí se iba mi primer amor.
Ningún pasaje estaba pavimentado, la tierra que levantábamos cuando jugábamos a la pelota se entraba por las ventanas abiertas y no faltaba la vecina que salía con escoba en manos a corretearnos, se mantuvieron sin pavimentar los pasajes hasta cuando cumplí los diecinueve años, por suerte nos dejaron los almendros y aunque las mamás estaban contentas porque había menos polvo, en las casas el calor arreciaba más fuerte.. Yo sentía que el monstruo del cemento nuevamente daba otra zancada en nuestras vidas.
Alcanzamos la juventud y a las poblaciones llegaba la era hippie y se veían los primeros pitos de marihuana.
Una mañana fue la más trágica, llegaron los del municipio y arrancaron todos los almendros, no dejaron ningún árbol, que nada losw detendría y que nos quedaríamos encerrados en medio de una población llena de cemento, autos, droga y un modernismo que estaba al servicio de una economía depredadora.
En mi cuarto mis padres pusieron papel mural en la pared donde estaban todos mis dibujos, mis revistas se fueron todas a la basura, mis amigos desaparecieron y yo me fui a la Universidad a estudiar Literatura.