Por la tarde fui a sacar mi camioneta de la entrada de casa, cuando me di cuenta que un auto estaba estacionado frente al portón, vi mucha gente y enfrente un velorio, rápidamente busqué al vecino un hombre de ya unos setenta años, pero muy saludable, estaba sentado en una banquilla sano y salvo, luego supe que el muertito era su hermano que lo habían traído de Santiago, porque él quería ser velado en esta casa. Un hombre sacó el auto del frente de mi casa.
Cuando volvimos con mi mujer de las compras había más gente, niños corrían por el pasaje, un hombre con una lata de cerveza hablaba con dificultad, mientras los otros le escuchaban y explotan en carcajadas que remecían al muerto. La algarabía a eso de las diez de la noche estaba desatada, parecía una fiesta en vez de un velorio, los pariente se aglutinaban en grupos con tragos en las manos, algunos entraban y salían de la casa literalmente muertos de la risa, mientras tanto el occiso intentaba dormir su último sueño en este mundo. La noche se hizo larga y ruidosa; por la mañana se sintió silencio y descanso. Cuando todos esperábamos que hoy, se llevaran al muertito; otra vez la desatada e irrespetuosa “fiesta” continuó hasta altas horas por la noche. Por la mañana a eso de las diez sacaron al muertito que iba con un dejo de alegría y pensando que por fin descansaría en paz.
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