Quisiera quedarme toda la mañana sentado en medio de mi jardín mirando la punta de mis pies como un estupido adormilado, pero una abeja atravesó mi mirada y se detuvo en la flor del zapallo, allí se dió un revolcón y salió extasiada, por unos segundos se quedó viéndome con sus ojos grandes; luego se fue goteando un poco de su carga en mi pecho que se tiñó de un amarillo con aroma a miel.
El sol arrecia a pesar de lo temprano que es. Será un día de mucho calor anunciaron los del tiempo. Me levanto y comienzo a regar mis plantas y mis frutos, los limones aún verdes se llenan de gotitas de agua y el zapallo se estremece con el chorro que cae sobre él, las acelgas se balancean musicalmente y los tomates enrojecen más con el aliento de agua que les rocía.
La humedad de la tierra sube hasta mi nariz y el agua corre por la zanja cristalina hacia el fondo del patio donde se desparrama sobre las papas.
Miro mi reloj y me vuelvo a sentar, aún se siente el trinar de los gorriones; tengo tiempo de sobra para ojear un poco más este día, me lo permite el cambio de horario que dice que son las nueve de la mañana.
El sol arrecia a pesar de lo temprano que es. Será un día de mucho calor anunciaron los del tiempo. Me levanto y comienzo a regar mis plantas y mis frutos, los limones aún verdes se llenan de gotitas de agua y el zapallo se estremece con el chorro que cae sobre él, las acelgas se balancean musicalmente y los tomates enrojecen más con el aliento de agua que les rocía.
La humedad de la tierra sube hasta mi nariz y el agua corre por la zanja cristalina hacia el fondo del patio donde se desparrama sobre las papas.
Miro mi reloj y me vuelvo a sentar, aún se siente el trinar de los gorriones; tengo tiempo de sobra para ojear un poco más este día, me lo permite el cambio de horario que dice que son las nueve de la mañana.
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