Mientras el frio se desplazaba arrasadoramente, el silencio de la tarde
se quebraba con espanto; las balas por unos minutos fueron por doquier
y una vecina gritaba de horror al ver en el piso sangrando a Felipe,
alcanzado por una bala loca se estaba muriendo. Se unieron más gritos y
llantos, vecinos corriendo de un lado a otro, ante el desespero
subieron al niño a un taxi que corrió por las calles pero que fue tarde.
Felipe de ocho años estaba muerto. Y la noticia se unió al
frio y entró por todas partes llegando al corazón. Despertó la
impotencia; los vecinos reclamaron a los noticiarios - no queremos más
violencia- pero el tiempo fue aplancando la rabia y el llanto. El
invierno invento otras penas y la memoria se hizo estrecha. A Felipito
le hicieron una animita; allí dejan flores, velas, oraciones, pelotas
que se muchan con el tiempo y una que otra bala que remueve la memoria y
el espanto.
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